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El rol de la tecnología en el “Estallido Social”

Mentiras, verdades a medias, radicalización y división. Hablemos del rol de la tecnología en el estallido social

Nuestra sociedad está en llamas y las fibras que la mantienen están que se revientan. No es sino mirar lo que ocurre en Colombia con el mes de protestas que parecen no tener fin, la radicalización de posiciones a favor y en contra del uso del tapabocas en Estados Unidos, la escalada en el conflicto entre palestinos y judíos y la polarización con respecto a cualquier tema, para entender que desde la época de la barbarie no habíamos estado tan separados, tan divididos, tan enceguecidos y tan convencidos que “sólo nosotros tenemos la razón”.

 

Y aunque sería ilógico decir que esta situación es culpa de la tecnología y de las redes sociales -al fin y al cabo nuestros problemas son económicos, sociales, políticos, de raza y de credo- la verdad es que la democratización de la tecnología y el hecho de que cada persona hoy pueda escribir, editar, grabar y producir textos, fotos y videos en formato profesional y los pueda compartir casi que sin filtro con todo el planeta (sumado a la credulidad e ignorancia del grueso de los usuarios), sí es un aliciente para este caldeado estado de ánimo en el que vivimos. En este “Estallido Social”.

 

Por años pensamos que entre más información, mejor sería nuestra sociedad. Que entre más personas tuvieran acceso a internet, más progreso habría. Que entre más personas tuvieran voz, que entre más puntos de vista pudiéramos escuchar y evaluar, más empáticos podríamos ser y más consensos y puentes podríamos construir.

 

Pero no fue así.

 

La mezcla de la popularización de los celulares con cámaras, de la masificación de las conexiones a internet y la ubicuidad de las redes sociales son, hoy por hoy, la gasolina que enciende y aviva toda clase de conflictos y es innegable el rol de la tecnología en este “zaperoco”.

 

Son 4 las aristas en las que veo ese rol y que creo vale la pena analizar y entender.

 

1 – Down The Rabbit Hole – el rol de los algoritmos 

 

 

Adictos al engagement, al like y al retweet, envenenados con el único objetivo de acaparar nuestra atención, de mantenernos cautivos consumiendo sus servicios, de no dejarnos ir, los algoritmos de las redes sociales aprendieron rápidamente que entre más polémico un post más interacciones tiene, que entre más radical su contenido más engancha y que entre más tiempo pasa el usuario en la plataforma necesita adentrarse más en la “madriguera del conejo” y consumir contenido cada vez más “pesado”. Y entonces le dieron prioridad a ese tipo de contenido.

 

Es por eso que los terraplanistas han crecido más que nunca, los antivacunas hoy hacen y deshacen en todas partes del mundo y los evangélicos apoyan fervientemente a un megalómano corrupto que viola los 10 mandamientos a diario. Es por eso que los cristianos se olvidaron del “ayudarás al prójimo” y están enfrascados en campañas para violentar los derechos fundamentales de todo tipo de personas “no tradicionales”.

 

Esto a pesar de que las bases y los fundamentos de sus movimientos son tan ilógicos que serían chistosos si sus efectos no fueran tan peligrosos.

 

El año pasado me oí este podcast de The New York Times, en el que analizan cómo las mismas técnicas que utilizó Isis para radicalizar a miles de personas en Medio Oriente las ha usado QAnon para lavar el cerebro y radicalizar a millones de norteamericanos. Se lo recomiendo.

 

Y detrás de los algoritmos vinieron los estrategas digitales, los influencers, las agencias y las marcas y los políticos y todo aquel que quiera que un contenido se haga viral: disfrácelo de “oficial”, de “profesional”, de “serio”, pero hágalo polémico y cautivador. Hable de “nosotros” y de “ellos”. Y toque alguna fibra que lleve a su adopción inmediata y ferviente de parte de su población objetivo. Y pida que lo compartan, que se conozca, para que “todos sepan”.

 

2 – Las Cámaras de Eco y la polarización

 

 

Ayer por la tarde estuve en América Digital hablando sobre Algoritmos, Inteligencia Artificial y Redes Sociales (si quiere puede ver la conversación aquí) y terminamos hablando con Clarybell sobre las Cámaras de Eco, uno de los Efectos Perversos del Social Media y tema del cual escribí ya casi hace 5 años.

 

Hoy, más que en ese entonces, el tema está vigente porque durante años hemos “depurado” nuestras redes sociales: hemos incrementado los contactos que piensan como nosotros y hemos nutrido y entrenado a esos algoritmos con un perfil que nos muestra cada vez más contenido con el que estamos de acuerdo y menos con el que discernimos.

 

Durante ese tiempo hemos silenciado y eliminado de nuestras redes sociales amigos y familiares que postean cosas que no nos gustan y que comparten contenido con el que no estamos de acuerdo. Nos hemos encerrado en una burbuja, casi impenetrable, en la que todos pensamos igual y a la que no entra nada con lo que no comulguemos.

 

El resultado es un peligroso convencimiento de que “toda Colombia está de acuerdo”, “todos los ciudadanos concordamos con” x o y tema o “los buenos somos más” sin que entendamos bien quienes son los buenos y quienes son los malos. De que nuestra posición es la posición de la mayoría. De que nuestra opinión es la verdad y la opinión generalizada. De que si algo no sale como nosotros esperamos entonces es porque hubo trampa (como piensan, por ejemplo, los Trumpistas en Estados Unidos ante la victoria de Joe Biden. “¿Cómo puede haber ganado Biden si no conozco a nadie que haya votado por él?” Se robaron las elecciones! Tomémonos el Congreso!).

 

Gracias a @JoseCarlosTecno por la caricatura

 

El resultado es una radicalización de las opiniones, cada vez más antagónicas, en las que quien piensa diferente es ahora “el enemigo”, está “adoctrinado” o seguro “le están pagando”.

 

El resultado es una verborrea permanente de contenido, casi nunca producido por nosotros mismos sino “reenviado en múltiples ocasiones”, que inunda los chats familiares, los muros y perfiles de redes sociales y que embriaga nuestra mente hasta el punto en el que nos convencemos de esa verdad absoluta sin poder escuchar posiciones diferentes.

 

3 – La avalancha de información = una menor capacidad de comprender

 

 

Es tanta la información que recibimos, o mejor que nos bombardea, que hemos perdido la capacidad de entender. Hoy se estima que recibimos más 90 GB de información en un día, 15 veces más que la que procesábamos al final de los años 80. Un crecimiento exponencial que no ha venido acompañado de una mejora, ni siquiera parcial, en la capacidad física de nuestro cerebro.

 

Es por eso que no sólo leemos menos sino que entendemos menos y casi siempre entendemos lo que queremos entender y no lo que el autor está diciendo. Y es por eso que a pesar de tener un mar de datos en la punta de los dedos, nos estamos ahogando por la falta de información.

 

Como dice Nicholas Carr, autor de The Shallows: What the Internet is Doing to our Brains:

“Intercambiamos profundidad por amplitud, contemplación por estimulación, creando repercusiones individuales y colectivas importantes”

 

Esto, acompañado de un incremento en el nivel de “profesionalismo” de quienes crean contenidos, nos ha llevado a creer y compartir cosas que son 100% falsas pero que a simple vista parecen verdaderas. Esto nos ha llevado a ser el bobo útil por medio del cual se propagan noticias falsas.

 

4 – Mentiras y verdades a medias

 

Hace unos años escribí sobre el concepto del “Hermano Menor” haciendo una analogía al Big Brother descrito por George Orwell en su clásico (y cada vez más importante libro) 1984, pero con un twist: ya no es el gobierno quien nos espía y ve todo lo que hacemos. Somos todos los que hemos creado ese Panopticon, un modelo de vigilancia permanente en el que hay al menos una cámara y un micrófono en cada cuadra por la que pasamos y en el que todo lo que hagamos está siendo grabado por alguien. Un modelo en el que nuestro pasado que registrado para siempre y podrá salir a flote en cualquier momento.

 

Y, sí, perdimos nuestra privacidad. Pero eso no es lo peor.

 

Lo peor es que hoy usamos esas fotos y videos para contar nuestra versión, casi siempre tergiversada, de un hecho o de una historia. Lo peor es que grabamos y compartimos sólo fragmentos de un hecho y los compartimos así, de forma parcial y sesgada, sin importar ni el contexto en el que ocurrió ni la totalidad de los hechos. Tomamos lo que queremos, lo que nos sirve para sustentar nuestro discurso y lo usamos, eliminando las partes que van en vía contraria (o no soportan) nuestra forma de pensar o nuestro discurso.

 

Podríamos llamarlas verdades selectivas y son casi más peligrosas que las mentiras que contamos.

 

No veo una solución a este problema. Las tecnología y las técnicas de manipulación mejoran exponencialmente y nuestra capacidad de entender lo que ocurre y cómo se usan está estancada, al punto que será cada día más peligroso. Déjeme le pongo un ejemplo:

 

El peligro de los DeepFakes

 

 

Seguramente ya ha visto estos videos de Tom Cruise. Si no, hágalo; lo espero.

 

Quien aparece en el video no es Tom Cruise sino que corresponden a una técnica llamada DeepFake y en la que se utilizan algoritmos de inteligencia artificial para editar videos de tal manera que parezca que una persona específica aparece en él.

 

¿Qué pasará cuando no sea Tom Cruise quien protagonice el video sino que sea un líder o un político y diga o haga algo que va en contra de su forma de pensar? ¿Seremos capaces de distinguir la verdad de la mentira? O saldremos como borregos a seguir las instrucciones, a defender lo indefendible.

 

¿Qué pasará cuando esa persona sea captada por una cámara real haciendo algo que no debería estar haciendo y para defenderse diga que seguro es un DeepFake? ¿Tendremos la capacidad cognitiva y moral de reprochar ese acto y de obligarlo a lidiar con las consecuencias? O nos convenceremos que todo es mentira porque “todo el que lo conoce sabe qué él/ella no es así”?

 

Hoy ya no podemos creer en lo que leemos, ¿Podremos creer entonces en lo que vemos?

 

Cierro con una invitación: eduquémonos en cómo están usando la tecnología para dividirnos, para radicalizarnos, para usarnos. Entendamos los avances tecnológicos y sus beneficios, y encaremos sus riesgos con responsabilidad y conocimiento. Retomemos el control de nuestra privacidad, de nuestra seguridad, de nuestros pensamientos. Y entendamos que los extremos no conducen a nada bueno. Por lo menos no para la mayoría de la gente.

 

 

 

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