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De la prohibición de los celulares en los colegios (y el corto-placismo que representa)

Anoche mis amigos de Blu – Dayany, Simón y Mauricio – me invitaron a BlaBlaBlu para que habláramos un poco sobre la conveniencia o no de prohibir los celulares en los colegios, de los efectos negativos que este tipo de dispositivos tiene para quienes los usamos y de mi opinión en general de cómo se debe lidiar con el tema. 

Tema que está vivo desde comienzos de la década en Europa, región donde hemos visto países que los han prohibido (Francia el año pasado) y países donde ya han revertido dichas normas (Italia en el 2016), pero que tomó fuerza en Colombia por la propuesta de Ley presentada por el Representante a la Cámara Rodrigo Rojas el año pasado.

Prohibir no es la solución…  

Prohibir – de tajo – no es la solución. Prohibir no solo no soluciona los problemas (solo posterga el momento de lidiar con ellos) sino que genera nuevos problemas. Problemas que tendrán un impacto mayor en el mediano y largo plazo. 

En cuanto estudio que soporta la prohibición y en cuanto proyecto de ley que la promueve se mencionan 2 factores fundamentales: la seguridad de los niños y la permanente distracción que estos dispositivos generan.

Pero en ninguno se menciona cómo educamos a los estudiantes para que puedan hacer un uso responsable y saludable de la tecnología que, querámoslo o no, se ha tomado nuestras vidas. Ni como les enseñamos a los niños a utilizarlos de manera segura. Ni como les enseñamos autocontrol y autorregulación a los niños, algo que necesitarán el resto de sus vidas (no solo en aquello relacionado con el manejo de estos dispositivos sino en todo). 

Si la razón fundamental de los colegios es preparar a los niños y jóvenes para el futuro que les espera ¿cómo podemos hacerlo eliminando uno de los dispositivos más presentes en ese futuro?

…la solución está en regular, en integrar y en educar.

Los grandes problemas que vemos en quienes usamos hoy el celular – y en realidad cualquier “pantalla” – es que no sabemos auto-regularnos.

  1. No sabemos cuándo dejar de usarlos – para estar presentes, para poner atención, para estar conectados con quienes nos rodean, etc., etc. – sino que estamos adictos a la tecnología (y no son los millennials los más adictos). Y,
  2. No sabemos discernir entre lo que es real y lo que es falso y lo compartimos sin entender sus consecuencias (interesantemente, entre más viejos – y godos – más noticias falsas compartimos)

Nadie nos enseñó a nosotros, los inmigrantes digitales, cómo incorporar la tecnología de manera adecuada a nuestras vidas. ¿Por qué queremos hacer lo mismo con nuestros hijos? 

Si; nadie puede negar que un celular es un distractor. Pero deja de serlo si este se incorpora de manera activa y proactiva en el proceso educativo, en la clase. Si lo dejamos de ver como un aparato para consumir y lo integramos al proceso productivo y creativo natural de la educación. 

Solo si educamos a las nuevas generaciones en cómo usarlo de manera responsable, productiva y adecuada podremos garantizar que esas nuevas generaciones no cometen los mismos errores que cometemos los “viejos”. 

Y sólo si lo dejamos de ver cómo elemento distractor podremos lograr un balance en su uso que sirva para entrenar a los niños y jóvenes en las habilidades que requerirán para poder participar en un futuro cada vez más digital y conectado como el que les espera sin la ansiedad que nos produce hoy el estar lejos de nuestros celulares. 

Prohibir es corto-placista. Prohibir es lo fácil. Lo difícil, pero necesario, es no dejar a los niños solos en el proceso de aprendizaje de cómo integrar la tecnología en sus vidas. 

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