Anoche fue un día histórico para Colombia. El gobierno y la guerrilla acordaron el marco para una paz duradera, tras 52 años de acciones militares. El país queda abierto al debate y a las opiniones, todas válidas.
Pero mientras la paz llega al país, la guerra ha llegado a nuestros dispositivos móviles. En mi caso el mayor dolor lo estoy viviendo en WhatsApp. Imagino que muchos de ustedes, como yo, hacen parte de grupos de WhatsApp. Tengo grupos de trabajo, de interés personal y desde luego los fatídicos grupos de papas. Estos grupos amanecieron hoy en medio del debate de la paz para Colombia.
Cada 10 o 20 segundos suena una notificación en mi teléfono. Curiosamente la mayoría de las discusiones no están encaminadas a la discusión ideológica. La mayoría iniciaron compartiendo el texto del acuerdo e invitándonos a leerlo y a votar a conciencia. Pero rápidamente han aparecido quienes solicitan que este medio no sea utilizado con fines proselitistas. Y ahí se armó la trifulca. Hay opiniones de todos los bandos.
Algunos reclaman el derecho a la libre expresión. Otros piden que no se haga proselitismo por esta vía. Algunos desesperados se retiran de los grupos. Y obviamente llegan algunos que viven en otros husos horarios y reincidan el debate cuando finalmente se había acallado.
El problema es que WhatsApp no funciona como las redes sociales. Es muy difícil mantenerse al márgen por sus características de intrusividad. Es difícil conservar la concentración con el volúmen de notificaciones. Obviamente que es posible acallarlas haciendo una configuración simple. Pero sucede como la historia de Pedro y el Lobo. Hay tanto ruido irrelevante, que cuando llegue un mensaje verdaderamente importante, podríamos perdérnoslo.
No me opongo al debate. Pero WhatsApp no es el medio adecuado para la discusión. Usen Twitter, usen Facebook, Google+ o LinkedIn si así lo desean. Pero por favor manténgase alejados de WhatsApp y los mensajeros instantáneos.