fbpx

El fin de “la verdad”

Hemos llegado a un punto en que “la verdad” ya no existe pues cada persona, cada grupo, facción y demás tiene su propia verdad

Es claro que la tecnología va más rápido que nosotros. Es claro que no tenemos ni la capacidad física ni cognitiva para aguantarle el paso al crecimiento exponencial de la tecnología.  Es uno de los efectos de la Ley de Moore y de la cada-vez-más-creciente velocidad de la tecnología que nos rodea y que se ha apoderado de todos los aspectos de nuestras vidas, derivado de la democratización tecnológica.

Llevo meses pensando, como un mero espectador, cómo esa hiper-mega-ultra abundancia de contenido que nos embriaga a diario, que nos ahoga en posts, twits, likes y shares, que nos inunda segundo a segundo ha acabado con la verdad.

La verdad no existe. Con ustedes “las verdades”

La verdad no existe. Ahora hay diferentes verdades. Cada persona, cada grupo, cada segmento de la población, cada partido político, tiene su propia verdad. Una verdad que sustenta no solo en opiniones sino en documentos, audios y videos que sin importar si son verdaderos o falsos le dan sustento a una opinión que se arraiga, se empodera, se refuerza hasta dejar de ser una opinión y convertirse en la verdad; en una de las tantas verdades que co-existen en la actualidad.

Cómo dicen Preferimos que las noticias nos den la razón, que los datos encajen en nuestros esquemas mentales a tener que lidiar con el vértigo que produce el pensar que podemos estar equivocados”.

Lo he visto, desde afuera, con las versiones (tan disímiles) de Republicanos y Demócratas de lo que está ocurriendo en Estados Unidos con la Presidencia de Donald Trump y con sus logros.

Lo he visto con la proliferación de movimientos como el de los Flat-Earthers, ese grupo de personas -cada vez más grande- que está convencido que la tierra es plana y que gracias a YouTube y las redes sociales lleva su mensaje cada día más lejos.

Pero este fin de semana lo vi más cerca. La situación de terror vivida el viernes en Bogotá de la mano de la explosión de videos e imágenes (muchas de ellas repetidas pero indicando que eran en un sitio nuevo), generó un pánico tal que la gente no vio lo que pasó sino lo que quiso. No vio lo que ocurrió sino lo que servía para afianzar su creencia de lo que estaba ocurriendo.

La gente vio lo que servía para afianzar su posición. Posición que alguien, o algo (como el miedo) le metió en la cabeza.

  • El camión de la policía que dejaba vándalos en un conjunto del sur de Bogotá, pero que resultó ser un camión que estaba ayudando a llevar gente que vivía en dichos barrios por la falta de transporte.
  • La patada de un policía a una indefensa joven, que resultó ser una patada en defensa de un ataque perpetrado por dicha joven. Una joven armada con un puñal, aunque en la imagen pixelada no es posible ver dicho elemento.
  • Los policías y militares que pelean entre sí porque unos “sí entienden al pueblo”, que terminó siendo un video de otro país.

En fin, ejemplos hay cientos. El tema es que las fotos y videos que circularon en redes sociales, más que ayudar a esclarecer los hechos y a unificar posiciones han servido para que cada uno se convenza más de lo que cree, porque “lo vio con sus propios ojos” aunque fue en diferido, en un video que no necesariamente es real (y no porque haya sido real sino porque sólo vio un pedacito de la verdad, o vio una verdad de otra fecha o de otro país).

Los videos sirvieron para que nos convenzamos que “los A somos más que los B” y que “los B están equivocados”. Para que por cada error “de los nuestros” podamos mostrar 2 errores “de los otros” como si fuera un competencia. Para generar pánico y terrorismo. Para dividir. En serio a veces entiendo por qué ciertos gobiernos han decidido bloquear el internet en medio de situaciones como la que vivimos el viernes en Bogotá.

No me mal entienda. Creo que el rol del “pequeño hermano” (del que hablé la semana pasada) que han jugado los millones de teléfonos y cámaras en manos de la gente nos ha ayudado a ver cosas que antes jamás hubiéramos visto. El problema no es la tecnología.

El problema es nuestra capacidad cognitiva y mental para procesar la avalancha de información que estamos recibiendo y para no caer en la trampa de quienes quieren usar ese exceso de información para confundirnos y separarnos más.

Si aún caemos en el mail de “hola soy tu banco y queremos garantizar tu seguridad. Escribe tu contraseña aquí” cómo no vamos a caer en la trampa de “los venezolanos se están metiendo a los conjuntos de X (cambie X por los 10 o 12 barrios en los que se generó el rumor y que llevó a que la gente no durmiera sino que armara con palos y cuchillos e hiciera guardia toda la noche”. El tema es que las consecuencias son más complejas en el segundo caso.

Y ese gap, cada vez mayor, entre las capacidades de la tecnología y en la velocidad a que avanza y la capacidad de la gente de procesar y entender lo que ve en en ese micro-momento en que le puso atención, se vuelve un peligro cada vez más grande para la verdad. Una verdad que ya no existe y que ha sido reemplazada con “mi verdad”.

 

 

Deja un comentario