Tras más de un mes de que algunas organizaciones civiles lanzaron la campaña #StopHateForProfit, con el fin de persuadir a las compañías a retirar su publicidad de Facebook por su incapacidad para moderar los comentarios cargados de violencia, el impacto en los negocios de esta red social parece haber sido más bien reducido, aún con la decisión de grandes compañías como Coca-Cola, Adidas y Unilever de aplicar esta medida.
Si bien, el propio Mark Zuckerberg, ha dado públicamente la cara frente al hecho, queda en el aire la sensación de que esta red social no tiene una auténtica voluntad de monitorear en detalle las publicaciones de los usuarios, especialmente aquellos que están vinculados con las élites del gobierno estadounidense y los grupos supremacistas blancos en este país. Tal parece que Zuckerberg ha dimensionado las consecuencias de este movimiento, más a nivel de relaciones públicas que de pérdidas económicas, y por eso sus apariciones se sienten más enfocadas a posar de políticamente correcto que a tomar decisiones de fondo frente a la proliferación del odio en la red.
Independientemente de las consecuencias que estos hechos puedan tener para Facebook como compañía, esta situación pone de nuevo sobre la mesa el debate acerca de los límites que ha de tener la libertad de expresión en las redes sociales, especialmente cuando este derecho se usa para generar odio y defender posiciones fundamentalistas a nivel político y social.
Las miles de controversias que hemos visto en este sentido desde que se popularizaron en las redes, dan para pensar que esta es una discusión interminable, en la que nunca logrará establecerse un acuerdo. Sin embargo, sigue teniendo importancia en una sociedad en donde todos los ciudadanos tienen el poder para dar su opinión, especialmente tomando en cuenta el serio alcance que pueden tener los conflictos de intereses y las diferencias en puntos de vista.
La historia humana es abundante en ejemplos de confrontaciones brutales que surgieron por la simple obsesión de demostrar a otras personas, grupos sociales, partidos políticos o naciones que el propio punto de vista era el correcto. Y aunque las confrontaciones que a diario se ven en las redes sociales, por fortuna no alcanzan el punto de guerras mundiales, muchas de estas sí llegan a niveles peligrosos y revelan que estos medios inevitablemente se han convertido en el escenario de conflictos en los que muchos se sienten libres para agredir a otros por cuenta de sus opiniones, lo cual, enrarece aún más el panorama de crisis, desinformación e inestabilidad social que caracteriza a nuestra época.
De ahí la enorme responsabilidad de las redes sociales de monitorear y controlar las publicaciones de sus usuarios y seguir avanzando en medidas para verificar el contenido que se presenta. Dada la progresiva transformación de estas redes en gigantescos medios publicitarios, es claro que hoy esa tarea es aún más compleja, teniendo en cuenta la lógica de mercado por la que se mueven, la cual, en muchos casos privilegia lo económicamente favorable frente a lo social y políticamente correcto.
Congraciarse con los grandes grupos económicos y las élites políticas han sido tradicionalmente acciones indispensables para los medios que tienen un poder de difusión y alcance tan descomunal como el que hoy ostenta Facebook.
Eso, en parte, explicaría la aparente negligencia de Zuckerberg para aplicar medidas de fondo y sentar una posición radical frente a la situación, aún con el aumento de la presión externa y las acciones que ya han tomado algunos de sus anunciantes.
Una vez más, la forma de proceder de Facebook y otras redes sociales son apenas detalles que se añaden al asunto de fondo y, en últimas, lo realmente complejo es determinar los límites que ha de tener la libertad de expresión en espacios virtuales. Eso, además de medidas contundentes de parte de estos medios, también, invita a los usuarios a tomar conciencia sobre el poder de nuestro lenguaje para crear conflictos o conciliar diferencias.
Claramente, los ciudadanos de a pie no podemos moderar la información que aparece en las redes, ni influir fácilmente sobre la opinión de otras personas pero, estar abiertos a otros puntos de vista y regular nuestro lenguaje, sí está completamente bajo nuestro control.
El debate es extenso y sigue habiendo muchos puntos por considerar. Pero tal vez, partir de una actitud conciliadora es un primer paso para avanzar en acuerdos significativos, mientras se define a quién corresponde la mayor responsabilidad en la regulación del sagrado derecho a expresarnos con libertad.
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