Mis vacaciones tuvieron un damnificado inesperado: Mi iPhone. Hace un par de semanas mi hija dejó caer mi celular al piso accidentalmente. El evento no hubiera pasado a mayores si no hubiera estado a 2 metros de una piscina dentro de la cual terminó eventualmente mi teléfono. Sumergido. Como un submarino.
A pesar de mis intentos por salvarlo, dentro de los cuales incluso estuvo el método del arroz que Felipe Lizcano mostró hace unos meses aquí en TECHcetera, mi teléfono murió. dead. kaput.
Este iPhone lo compré en Estados Unidos hace casi un año y al momento de comprarlo adquirí el plan de AppleCare+ para cubrirlo. Un plan que, por US$ 99 adicionales, incluye soporte adicional extendido e incluso una especie de seguro contra daños ocasionados por accidentes.
Esta semana llegué de vuelta de vacaciones e inmediatamente llamé a Apple. Les conté mi historia y me indicaron que no podían hacerme llegar un nuevo iPhone a Colombia pero que si llevaba mi iPhone y la factura de compra a un Apple Store en Estados Unidos me lo podrían arreglar como parte del plan. Y así fue. Gracias a dos buenas amigas que me ayudaron con la vuelta, Apple me reemplazó mi iPhone dañado por uno nuevo en menos de 2 horas. Lo mejor de todo es que sólo me cobraron la tarifa del servicio (US$ 49).
No se qué me intriga más: si que Apple pueda proveer un servicio de soporte tan bueno o que ningún otro fabricante pueda proveer algo medio parecido. Es aquí donde está la diferencia. No es el hardware, ni el software, ni el hecho de que sean producidos en conjunto. Es la experiencia de usuario la que separa a Apple del resto. Experiencia al comprar en hermosas tiendas atendidas por vendedores que parecen gozar su trabajo; experiencia de uso que le permite a uno crear cosas fantásticas (más sobre este punto en un próximo post) con equipos y software que funcionan simplemente; experiencia post-venta clara, concisa y sin rodeos que convierte a los clientes en fans.