Una reflexión sobre las normas de Netiqueta
Dados los inesperados cambios que hemos enfrentado en los últimos meses y la creciente tendencia de híperconectividad en la que ya venimos desde hace bastantes años, nuestra vida se traslada cada día más a la red y hoy pasamos mucho más tiempo en encuentros virtuales que personales.
En muy poco tiempo una gran cantidad de áreas de la actividad humana se ha movido hacia el mundo virtual y, por eso, ahora más que nunca necesitamos tener en cuenta prácticas que nos ayuden a llevar de forma cordial y productiva estas nuevas relaciones con las demás personas.
Las reglas de Netiqueta, que nos guían sobre la forma apropiada de actuar en la virtualidad, ya habían sido difundidas desde hace varios años pero, hoy toman especial relevancia en un mundo que gira en torno a las TIC. Todo lo que hemos vivido durante los meses de pandemia, sin duda nos ha dejado aprendizajes importantes sobre lo que es apropiado y lo que no lo es, de cara a la interacción con otros en la red.
El respeto a los demás y la capacidad para ponernos en su lugar parecen ser los dos grandes principios que determinan las normas de Netiqueta y que, en últimas, también son lo fundamental para garantizar la convivencia humana en cualquier espacio. Comportarnos como lo haríamos en espacios físicos, respetar las reglas de los sitios que visitamos, dialogar y ser mediadores en los conflictos, aceptar a las personas con sus aciertos y sus errores, respetar su tiempo, son todas acciones impulsadas por el sentido común, pero que no siempre se ponen en práctica en las interacciones sociales que hace posible la tecnología.
El hecho de poder conservar una distancia física, mantener una relativa privacidad en nuestra identidad y no tener que interactuar cara a cara con las personas, es percibido por muchos como una autorización para desconocer esas normas básicas de convivencia y, es por tanto, un aprendizaje que el nuevo mundo nos impone para optimizar la vida en la sociedad digital, cooperar con otros y construir proyectos comunes en los miles de comunidades de las que hoy hacemos parte.
Eso, junto a las normas básicas de una buena escritura, la apertura a compartir el conocimiento, la certeza de que no todos tenemos las mismas habilidades digitales ni el acceso a las mismas tecnologías, determinan extensamente la calidad de los intercambios que mantenemos con los demás por la Internet.
Al tiempo que se multiplican exponencialmente los encuentros en la red y esta se convierte en el espacio de acercamiento social por excelencia, se evidencia que requerimos de nuevas competencias para comunicarnos y lograr que los medios tecnológicos sean más un espacio de acuerdos que de disputas, lugares para la conversación pero, nunca excusas para invadir la privacidad de otros, o sustitutos del contacto persona a persona que hemos tenido que limitar en estos tiempos de crisis.
Comunicarnos bien implica acuerdos, consensos y códigos comunes, nuevos lenguajes basados en las buenas costumbres de siempre, normas que históricamente han demostrado su validez pero, que tienen que adaptarse a las demandas de cada época y cada contexto social
El mundo cambia sin pausa, la tecnología es el motor más poderoso de esa transformación y las buenas costumbres siguen siendo universales y, seguramente, han de transcender los límites de tiempo y espacio porque, antes que medios digitales hubo en la historia encuentros personales, proyectos comunes y personas que se pusieron de acuerdo para construir mutuamente.
Hoy hablamos de Netiqueta pero, ese es tan sólo el concepto de nuestro tiempo para describir las sanas prácticas de respeto y entendimiento que han hecho posible que nos comuniquemos para avanzar como civilización.