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De Dick Tracy y de como la ciencia ficción se ha vuelto realidad

Esta es la historia de mi padre y de como ha visto, en sus 70 años de vida, que la ciencia ficción se convierte en realidad gracias a las tecnología

Hoy cedo mi espacio para compartirles un texto escrito por mi padre, Nazmy Estefan. Un geek de 70 (años) que ha visto la ciencia ficción convertirse en ciencia, en realidad mientras se materializa frente a sus ojos. Mi padre fue quien inculcó en mi el amor por la tecnología y la pasión por lo que esta puede hacer por nosotros. Para quienes han nacido con ella, son pocos los momentos de sorpresa que llegan con los continuos lanzamientos pero para alguien que ha visto el embate de esta revolución digital y tecnológica, la historia es muy diferente….

De Dick Tracy y algo más

Con 9 años de edad, en la mitad de 1957, en un hermoso pueblo del Valle del Cauca Colombiano llegaron a la casa de mi tío unos técnicos; tres cajas bajaron de su pequeño camión: una grande cúbica, otra larguísima y delgada y otra relativamente pequeña, amén de rollos gigantescos de un cable plano, como de unos 2 centímetros de ancho, de color café. 

Pasaron varias horas en la sala instalando dos aparatos y luego uno de los técnicos se subió al techo de la casa con una araña grandísima en las manos, la cual “clavó” en un sitio previamente destinado a ello, a la cual conectó un extemo del cable café que salía por el techo empujado por el otro técnico.

Y entonces comenzó una extraña conversación a gritos, desde el techo a la sala y viceversa: “Prenda ya el regulador y el televisor”, “¿Cómo la vé?”, “Está borroso, gire la antena poco a poco”, “Allí, allí, no la mueva!”, “Uy no, devuélvase un poquito”, “Allí, allí”,  y así por un rato largo hasta que acordaron terminar.

Ya con la oscuridad de la noche mucha gente del pueblo se agolpaba en las ventanas para ver el milagro. Un solo canal, en blanco y negro, transmitía por unas horas al día 2 o 3  programas culturales, musicales, de concurso. Una nueva maravilla había llegado al pueblo.

En uno de esos días soleados y hermosos del Valle del Cauca, llegó una camioneta al frente de nuestra casa; dos personas se bajaron y tocaron a la puerta; anunciaron que venían a instalar un dispositivo.

Bajaron rollos de diferentes cables y dos cajas de cartón, además de varias “herramientas especializadas” según nos dijeron. Mi madre les indicó cuál era el lugar escogido, abrieron la primera caja y sacaron dos cilindros como de 20 centímetros de altura en cuyo frente se leía “EVEREADY”, las cuáles miramos con curiosidad e ignorancia; abrieron la otra caja y con cuidado dispusieron en la mesa un aparato negro con una manija rotativa en uno de sus lados. Luego de hacer varias maniobras con los cables, dieron vueltas rápidas a la manivela, levantaron lo que luego sabríamos era un auricular y después de unos segundos dijeron: “¿Operadora? Por favor comuníqueme con la casa del doctor Castaño”, y así se estableció una comunicación entre dos personas, entre dos viviendas separadas por varias cuadras.

Habían instalado en nuestro hogar uno de los primeros 10 teléfonos del pueblo, la nueva maravilla tecnológica.


Desde entonces y por los últimos 60 años he sido testigo y usuario de innumerables tipos de teléfono: el de disco o dial, con sus 10 redondos huequitos, que al giralo producía unos coquetos clics; del de teclas, que al oprimirlas producían tonos musicales y después presencié como algunos altos ejecutivos de compañías multinacionales sostenían en sus manos unas “panelas” que les permitían hablar desde cualquier sitio, sin cables de conexión.

Mi padre fue un inmigrante sirio a sus 14 años. Luego de algunos meses en Colombia, escribió la primera carta a su madre en hermoso papel seda para que el peso fuera el menor posible y así el costo de envío fuera muy económico. La carta viajaba por el correo del pueblo al de la capital departamental, luego al correo nacional de donde partía vía Estados Unidos a algún país de Europa y por fin a su natal Siria, a su pueblo Homs y a las manos de su madre 3 meses después de iniciada la travesía.

Mi abuela, cuando el cuidado de sus otros 9 hijos se lo permitía, escribía una respuesta que surtía el mismo camino en sentido contrario; así que pasaron como 8 o 9 meses hasta que mi padre supo de sus familia de nuevo. Esa historia nos rondaba en la cabeza siempre a mi hermano y a mí, el de poco más de 12 y yo con mis 9 años de edad y más cuando se acercaba el fin de la semana y esperábamos con ansia la llegada del periódico dominical. Tan solo tomarlo en nuestras manos buscábamos con ansiedad la página de las tiras cómicas para encontrar a Dick Tracy y su compañero Sam.


Cada vez que Dick Tracy levantaba su mano izquierda y se dirigía al aparato instalado en su muñeca para comunicarse, como por arte de magia, con quien quisiera, sin importar la distancia, mi imaginación de inmediato viajaba en el tiempo, por una parte pensando lo feliz que hubiera sido mi padre con uno de esos aparatos y por otra hacia el futuro, en donde todos se comunicarían así, futuro que se veía muy lejano, futuro que creía no llegaría a ver.

60 años después ese futuro ya está aquí, en nuestras manos, en nuestras muñecas. Y esa ciencia ficción es una realidad. 

Ya no tengo que esperar a ver qué programa transmite el canal en la televisión sino que veo lo que quiero, cuando quiero y desde donde quiero gracias a televisores ultraplanos, smartphones y tabletas. Ya no tengo que esperar meses para saber de mis familiares o amigos, incluso si viven en el exterior. Una llamada de WhatsApp o una videollamada por FaceTime los hace sentir cercanos, presentes.

Y ahora, luego del lanzamiento del nuevo Apple Watch creo que podré volver a mi infancia y ser, esta vez yo, Dick Tracy. 

— Nazmy Estefan

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