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Coltán: mineral de grandes adelantos tecnológicos y terribles tragedias humanas

¿Es el progreso tecnológico tan indispensable como para que la humanidad deba asumir una destrucción semejante por culpa del extracción del llamado “oro azul”?

El coltán es una roca compuesta de columbita y tantalita, minerales de los que se extrae el tantalio y el niobio, utilizados en distintas industrias de aparatos eléctricos, centrales atómicas, misiles, fibra óptica y otros, aunque la mayor parte de la producción se destina a la elaboración de condensadores y otras partes de smartphones, tablets, computadores portátiles y otros gadgets.

Dada la enorme demanda de este mineral en la fabricación de todo tipo de dispositivos electrónicos, éste es llamado popularmente “el oro azul” y las grandes empresas de tecnología en Estados Unidos, China, Alemania, Bélgica y otros países pagan fortunas por él. Lo que no todo el mundo sabe es que la extracción de este mineral ha dejado una huella de muerte y destrucción ambiental en las últimas décadas en El Congo (África), país que concentra el 80% de las reservas mundiales, sin contar con las redes de contrabando y extracción ilegal, y el daño ambiental que ya se ha empezado a dar en otros países como Australia, Brasil, China, Venezuela, Bolivia y Colombia.

La lucha por el control de este mineral, que ha sido declarado como recurso estratégico no renovable, desató en 1998 en El Congo una sangrienta guerra en la que también han participado Ruanda y Uganda, y que hasta hoy ha dejado casi 6 millones de personas asesinadas, ha acabado con grandes porciones de selva que eran hábitat de gorilas en vía de extinción y ha dejado otros miles de personas mutiladas.

Los mineros del coltán (muchos de los cuales son niños) ganan en El Congo casi diez veces más de lo que gana un trabajador promedio, pero su labor es casi una esclavitud y están permanentemente expuestos a cientos de sustancias tóxicas, muchas de las cuales son cancerígenas.

Aunque cuando se destapó la verdad sobre la infamia de esta guerra y del comercio mismo del mineral, muchas compañías de tecnología como Apple, Samsung y Nokia declararon públicamente que no lo comprarían si provenía de El Congo, algunas ONG’s y organismos internacionales revelan que mucho del que se usa en esta industria aún llega ilegalmente de este país y se sabe que grandes compañías financian ilícitamente su extracción, aún con la certeza del exterminio humano y ecológico que esta implica.

En Colombia se descubrieron en 2009 los primeros yacimientos de coltán y se determinó que, entre otras zonas, las reservas más grandes están en selvas de Vichada y Guainía, donde ya se han hecho explotaciones sin licencia y donde grupos armados de diferente procedencia han empezado a controlar la producción y el tráfico. De hecho, y como respuesta a esta problemática, crecen los movimientos civiles y ciudadanos que se oponen a su explotación y defienden el equilibrio ambiental y la paz de sus territorios.

Dado este panorama, ya algunas compañías de tecnología alrededor del mundo adelantan investigaciones para encontrar materiales alternativos que cumplan la misma función en los aparatos electrónicos, con el fin de evitar el terrible costo que han pagado el planeta y la humanidad (especialmente el históricamente maltratado continente africano) por este mineral tan esencial en esta industria.

Con respecto a esto, vale la pena pensar y preguntarnos: ¿es el progreso tecnológico tan indispensable como para que la humanidad deba asumir una destrucción semejante? Y, aún con la certeza de que todos los maravillosos dispositivos electrónicos que a diario se producen hacen nuestra vida sencilla y divertida de tantas formas, ¿tiene sentido que la búsqueda de rentabilidad y riqueza le den a grandes compañías motivos para financiar su extracción haciendo oídos sordos de los absurdos crímenes que ella le ha significado a un país tan tristemente golpeado como El Congo?

La genialidad humana no tiene límites y eso debería demostrarse en el trabajo constante por hallar soluciones alternativas para la industria tecnológica y para tantas otras, poniendo por encima de cualquier fin la preservación y el profundo respeto de la vida y de nuestro planeta. Lamentablemente, tan grande como la genialidad es la ambición y aún después de tantas guerras e infamias que han poblado nuestra historia, las lecciones aún no se aprenden del todo y parece que muchas historias de destrucción están condenadas a repetirse por el amor ciego al dios dinero.

Y nosotros, los felices usuarios de la tecnología… ¿qué debemos hacer?

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