Tremendo debate se armó esta semana en mi muro de Facebook cuando compartí mi artículo de cómo todos cyborgs (aquí está el link, por si no lo leyó).
El debate es fácil de resumir (pero difícil de cerrar): nos está embruteciendo la tecnología?
Aquellos que creen que sí tienen razones de más para asegurarlo.
Ya no memorizamos tanto como en el pasado, la gente ya no lee más allá de tres párrafos, nos movemos como zombies por las ciudades sin saber ni para donde ni por donde vamos, no sabemos diferenciar entre las noticias reales y las falsas e incluso nuestra capacidad de atención se ha reducido drásticamente, al punto de que hoy por hoy es menor a la de un pez (no es carreta léase este artículo y, si quiere, el estudio realizado por Microsoft).
Y esto sin contar cómo el uso de dispositivos móviles está destruyendo nuestro sueño y gracias al uso intensivo de pantallas la mayoría de los humanos están sufriendo transformaciones en sus ojos (es decir, nos estamos quedando ciegos) porque estos están diseñados para ver objetos a 15-20 metros y no a 15-20 centímetros.
Pero el otro día oía a uno de los educadores que más respeto (Hola Camilo!!) hablando de cómo la educación tiene que cambiar para poder crear ciudadanos del siglo XXI, con habilidades propias para el mundo que los espera, capaces de razonar más que de memorizar (porque al fin y al cabo la información ya la tenemos al alcance de los dedos), que puedan comprender y analizar, que puedan entender y aprender de las diferencias que tenemos con otros para sumar, que tengan capacidades de expresión oral y de argumentación y que puedan pensar críticamente.
Y recordaba un par de presentaciones que vi en el Singularity Summit, al que asistí hace unas semanas, en las que se demostraba como gracias a la tecnología hoy somos capaces de procesar más información en un mes de la que alguien enfrentaba en toda su vida durante el medioevo, o de como si utilizamos de manera adecuada esa tecnología podemos incrementar nuestros niveles de comprensión, de retención de información y de procesamiento de datos.
Y veía la cantidad de avances tecnológicos y científicos que ha habido en los últimos 10 años y los comparaba con los 20 anteriores, quedando atónito de como se han incrementado. Y pensaba:
¿Importa en realidad que no recordemos los números de contacto de la gente o que sigamos las instrucciones de Waze a ciegas, cuando a cambio de eso hemos liberado espacio en nuestros cerebros para realizar procesos más críticos y complejos? ¿Es malo descargar parte de nuestras memorias a un dispositivo de almacenamiento externo (como el smartphone) cuando el nivel promedio de inteligencia de la población ha venido aumentado, década tras década, desde hace 40 años cuando empezamos a utilizar computadoras y dispositivos electrónicos en nuestras vidas?
¿Será equivocado pensar que el siguiente paso en nuestra evolución es aumentar nuestras capacidades mentales con la ayuda de la tecnología, para poder instalar por ejemplo un conocimiento especifico al estilo de The Matrix o para conectar nuestra mente directamente al internet?
No Creo.
Lo que sí creo es que esas no son las preguntas que deberíamos estar haciéndonos. Deberíamos estar preguntándonos es si estamos listos – como sociedad y como personas – para ello.
Deberíamos estar preparándonos a nosotros mismos y a nuestros hijos para un futuro cada vez más conectado, más rápido, más complejo, más competido, más tecnológico en el que la linea entre lo físico y lo digital sea cada vez más compleja de ver.
Un mundo dominado por la tecnología, por la automatización, por la inteligencia artificial, por la robótica, por la realidad mixta y por el crecimiento exponencial. Y para eso es claro que la inteligencia que hemos desarrollado hasta ahora no será suficiente.