En tiempos donde la innovación tecnológica suele medirse en megapíxeles, núcleos de procesamiento y diseño estilizado, hay avances que pasan casi desapercibidos, no por irrelevantes, sino por humildes. Los Gestos Universales incorporados desde hace algunas generaciones a los relojes inteligentes de Samsung —como el Galaxy Watch 8 Classic— pertenecen a esa categoría.
No hacen más potente al reloj, no lo hacen más bonito, no lo convierten en un objeto de deseo para influencers tecnológicos. Pero sí hacen algo más difícil de medir y mucho más valioso: lo hacen accesible. Y eso, en 2025, sigue siendo revolucionario.

La tecnología que no todos pueden tocar
Durante años se nos vendió la idea de que la tecnología era una gran niveladora social. Que el acceso a internet, a los dispositivos móviles, a la inteligencia artificial, nos igualaría a todos. Pero la realidad ha sido más difícil de digerir: tener un teléfono en el bolsillo no significa poder usarlo bien, o poder usarlo del todo.
En el caso de los relojes inteligentes —dispositivos pequeños, táctiles, cada vez más complejos— la barrera de entrada para muchas personas con discapacidades motrices o neurológicas sigue siendo alta. Una interfaz hermosa que solo puede tocar quien tiene la destreza suficiente… no es inclusión: es un nuevo tipo de exclusión elegante.
El gesto que no se ve, pero cambia todo
En ese contexto, permitir que un usuario controle su reloj haciendo un gesto simple con la mano —cerrar el puño, pellizcar dos dedos— puede parecer un detalle menor. Pero no lo es. Para una persona con movilidad limitada, o con un solo brazo funcional, o con un temblor que dificulta la precisión táctil, ese gesto no es comodidad: es posibilidad.
Cuando un dispositivo permite que alguien conteste una llamada, navegue un menú o acceda a su agenda sin tocar nada más que el aire, se restaura un fragmento de autonomía. Se recupera algo que la tecnología suele olvidar: la dignidad cotidiana.
¿Quién piensa en eso?
Lo interesante es que esta función no surge como una gran campaña, ni con fuegos artificiales. Está allí, discreta, en el menú de accesibilidad del reloj. Y, como suele pasar, muchas veces pasa desapercibida por quienes más podrían beneficiarse.
No es una función que venda más relojes. No es un argumento de marketing. Es, más bien, un recordatorio de que la inclusión no se logra solo con grandes discursos, sino con pequeños actos de diseño consciente.
Y aquí es donde la industria tecnológica todavía tiene cuentas pendientes: hacer accesibilidad no como una “opción”, sino como parte del diseño principal. No como una función escondida entre ajustes, sino como una historia que merece ser contada!






