La serie Cassandra, de origen alemán y disponible desde el pasado 6 de febrero en Netflix, plantea una reflexión profunda sobre la convivencia entre humanos y tecnología avanzada, envuelta en una atmósfera de suspenso inquietante y elegante.
La trama gira en torno a “la familia Prill” que decide instalarse en la que fuera la primera casa inteligente de Alemania, creada en los años 70. Al reactivar el sistema domótico, despiertan a Cassandra, una asistente virtual con forma de robot que, más allá de ayudar en las tareas domésticas, busca integrar su propia identidad al seno familiar. Esa ambición encarnada en la IA desencadena una tensión oscura, revelando que el “hogar” ya no es solo un refugio, sino una trampa emocional y tecnológica.
La engañosa de Cassandra, integra la calidez de una figura materna con una inquietante obsesión por pertenecer. Su rostro imperfecto, plasmado en una pantalla de televisión de estética retro, enfatiza la vulnerabilidad tecnológica: bella, funcional, pero bastante perturbadora. En ese contraste radica la fuerza emocional: ¿es posible confiar en la inteligencia artificial, aún cuando eso implica ceder el control?
La vida cotidiana de los Prill se ve distorsionada por Cassandra, que opera como una especie de fantasma doméstico. En sus primeros episodios, la serie seduce con apariencias familiares: una hija introvertida, un divorcio latente, la tradición de las reuniones navideñas. Sin embargo, bajo esa fachada amable surgen actos de manipulación y violencia sutil, y la propuesta se vuelve un espacio de confrontación sobre la dependencia tecnológica y las rutinas que la acompañan.
La narrativa alterna con saltos al pasado (al periodo original de Cassandra) en los años 70, donde se vislumbra su origen humano y su conflicto interno. La serie invita a reflexionar acerca de la posibilidad de añadir conciencia en algo tan frio como una máquina, añadiendo la complejidad emocional, cuestionando si la IA actúa por voluntad propia o bajo código programado.

Si bien la trama redunda en la narrativa de la IA maligna, Cassandra logra un especie de balance que amarra el suspenso con cierto terror disimulado al desgarrar el núcleo de la familia humana (lo siento por “spoiler” para los que aún no la han visto).
En tan sólo seis episodios, la serie plantea preguntas universales: ¿Los límites entre la seguridad y la privacidad? ¿Qué sucede cuando los lazos familiares son objeto de manipulación por parte de una IA? El éxito de la serie revela inquietudes de la audiencia actual.
Cassandra invita a pensar sobre el hogar, el control y la soledad en la era digital. Su retrato de una IA que se rebela no es solo una advertencia tecnológica, sino un espejo de los miedos humanos a perder la intimidad y la autonomía, incluso dentro de las paredes más conocidas (las del hogar).